Comentario
La Revolución islámica, que en 1979 supuso el final del régimen del sha y estableció un nuevo régimen en Irán, fue un acontecimiento inédito y sorprendente en la Historia del siglo XX. En primer lugar, verdaderamente fue una revolución, en el sentido de un movimiento subversivo popular que fue capaz de derribar un régimen establecido, a diferencia de tantos golpes militares que, en naciones subdesarrolladas o semidesarrolladas, tuvieron un resultado semejante pero sin la participación de las masas ni consecuencias tan radicales. Por otro lado, fue la primera ocasión en que el uso político del Islam desempeñó un papel absolutamente primordial y aun exclusivo superando con mucho al que pudo tener en otro tiempo el nacionalismo de los países que habían superado el colonialismo.
Para entender lo acontecido en ese momento es necesario partir de algunas explicaciones previas. El chiismo es, ante todo, un legitimismo que juzga que la comunidad de los creyentes en el Islam sólo puede ser dirigida por los descendientes del profeta. Sin embargo, también en otro aspecto, los chiítas difieren de los sunnitas, la otra gran tendencia en el seno de unas mismas creencias. Para éstos el sucesor de Mahoma lo representa en su calidad política de jefe de la comunidad mientras que para los chiítas lo debe suceder en su autoridad religiosa, incluso prolongando la misión profética de Mahoma. Para el chiismo es obligada la necesidad de presencia de los "hombres de religión" en la vida política: aunque en el Islam no exista un clero son los versados en teología o ciencias sagradas quienes tienen que cumplir una misión de supervisión controlando e inspirando al menos la vida pública. Para los sunnitas, en cambio, las autoridades religiosas nacidas de la política desempeñan un papel conformista y de sumisión al orden establecido. El chiismo, convertido en fórmula religiosa en Irán desde el siglo XV, constituye, dados sus planteamientos, un potencial contrapoder frente al mundo oficial. Eso no excluyó que la Monarquía iraní pretendiera desde los años veinte una laicización, semejante a la producida en la Turquía de Kemal Attaturk, y, al mismo tiempo, una alianza. En tiempos de Mohamed Reza Pahlevi la laicización prosiguió pero siempre manteniendo una personal vinculación religiosa del monarca que así procuraba de forma indirecta la estabilidad del país y la propia.
Se puede decir, además, que el éxito de la Revolución islámica que derrocó al sha estuvo en su propio origen. Desde 1963 puso en marcha una llamada "revolución blanca" que supuso la redistribución de las tierras (un tercio era del clero), la nacionalización de los bosques, la participación de los asalariados en los beneficios de la empresa y la liberación de la mujer, incluyendo la concesión del voto. La clave de esta "revolución" fue la redistribución de la tierra y, por tanto, enfrentarse con los religiosos: en 1964 fue expulsado Jomeini por su actitud opositora. Pero, además, la aplicación de la reforma causó inmediatos problemas, en especial cuando al propósito inicial le sucedió una voluntad de crear grandes explotaciones de tipo agro-industrial a partir de 1968. La elevación de los precios de los productos petrolíferos significó quintuplicar el PIB iraní en 1972-1977 y permitió al sha, en pleno optimismo, lanzarse a un proceso de modernización desbocado pero también megalómano pues pretendía convertir a Irán en quinta potencia mundial en tan sólo un cuarto de siglo. Así se explica que Irán encargara centrales nucleares o que viviera de forma creciente de las importaciones de productos extranjeros. Mientras tanto, la sociedad sufría una profunda conmoción; la riqueza derivada del petróleo se repartió muy mal y, sobre todo, se demostró efímera puesto que la inflación, provocada por la gigantesca inyección de capitales, acabó por deglutirla. Además, la introducción de modas y de formas de vida occidentales produjo un cambio importante en la sociedad iraní que, sin embargo, no llegó a ser completo. El sha acabó perdiendo, en estas condiciones, cualquier legitimidad. No tenía la tradicional pues se había enfrentado con los religiosos chiítas pero tampoco la nacional y patriótica puesto que durante la Segunda Guerra Mundial y también en el período de Mossadegh había estado demasiado implicado con los occidentales; tampoco adquirió la democrática y perdió la derivada de la prosperidad aunque durante algún tiempo pudo parecer que ése era su mejor activo.
En realidad, sólo le quedó el apoyo del Ejército pero esto parecía suficiente hasta tal punto que tan sólo unos meses antes de la caída del régimen nadie podía pensar que estuviera condenado a desaparecer. La Monarquía había celebrado en 1967 el 2.500 aniversario del Imperio persa dotándose de un prestigio de la antigüedad más remota. Mantuvo un partido único durante mucho tiempo, a pesar de que una parte de los no permitidos eran compatibles con la forma monárquica tradicional. Cuando inició a partir de 1976 una liberalización fue demasiado rápida, contradictoria e incoherente. En agosto de 1978 se radicalizó este proceso pero en noviembre un militar era designado como primer ministro para detenerlo. A mediados de enero de 1979 pareció haberse iniciado un proceso hacia una Monarquía constitucional cuando ya lo escaso del tiempo hacía pensar que se podía descarrilar en ese camino. Muy pronto se demostró que así iba a suceder: las masivas manifestaciones públicas lo dejaron claro. Al final, el sha abandonó Irán confiando el Gobierno a un dirigente en teoría occidentalista y socialdemócrata, Chapur Bakhtiar, cuyo poder se volatilizó en apenas diez días; entonces, sin embargo, los propósitos del sha parecieron sinceros puesto que llegó a abandonar el país. El 11 de febrero de 1979, después de dos días enteros de motines y combates, la población sublevada junto con militares y guerrilleros favorables tomó por completo Teherán. Dos años antes, sin embargo, no existía ninguna fuerza de oposición organizada en Irán.
El vencedor no fue ni la subversión de izquierdas ni ningún movimiento nacionalista ni tampoco los partidarios de la democratización. Un incidente sin importancia, un artículo contra Jomeini, tuvo como consecuencia la aparición de los elementos religiosos en la lucha política. En septiembre de 1978 se había proclamado la ley marcial en la mayor parte de las ciudades iraníes pero el Ejército, que fue la esperanza de un sector de la Administración norteamericana -el consejero de seguridad Brzezinski- se demostró incapaz de proponer cualquier tipo de programa político. A comienzos de febrero de 1979 llegó Jomeini y pronto dejó claro que lo de menos, para él, era derribar la Monarquía pues los propósitos de los sublevados debían ser crear una república de inspiración divina.
La contestación contra el sha fue exclusivamente urbana y espontánea más que organizada. En un principio, el propio Jomeini no tuvo inconveniente en que se hiciera cargo del Gobierno Bazargan, representante del nacionalismo liberal. Tres grandes grupos podían, en efecto, considerarse como triunfantes como consecuencia de la revolución: los liberales, intelectuales occidentalizados y socialdemócratas que estaban emparentados con la herencia de Mossadeqh, los izquierdistas, pertenecientes al Partido Comunista Tudeh o a grupos más radicales y, en fin, los religiosos chiítas. De todos ellos, fue el tercero el que predominó, aunque el primero ocupara un poder restringido a tan sólo la ordinaria administración o la gestión económica. Por otro lado, en algún momento dio la sensación de que en el contexto de una estrategia mundial la Revolución islámica podía favorecer los intereses de la URSS; muchos izquierdistas occidentales la juzgaron progresista. Muy pronto, sin embargo, se prohibieron las huelgas por cualquier tipo de causas, en otro tiempo promovidas por los izquierdistas, la URSS fue designada como "pequeño Satán" por Jomeini (el "gran Satán" serían los Estados Unidos) y, en vez de encargar la redacción de una nueva Constitución a una Asamblea constituyente, se decidió que la llevara a cabo una reunión de expertos islámicos, la mayor parte de ellos muy próximos al Partido de la Revolución Islámica, que los seguidores del líder espiritual organizaron después de la expulsión del sha. En otoño se había producido ya la desaparición de cualquier signo de liberalismo y en este ambiente se produjo la ocupación de la Embajada norteamericana por los estudiantes islámicos y el secuestro de un puñado de personas de esta nacionalidad ante la impotencia del Gobierno Carter (diciembre de 1979). Después de la desaparición de Bazargan fue el Consejo de la Revolución quien se hizo cargo de los asuntos corrientes de Administración sin que existiera una efectiva presidencia del Gobierno. La nueva Constitución señaló en su prólogo como objetivo del Irán "la expansión de la soberanía divina en el mundo". Irán se alineó con entusiasmo al lado de la causa palestina y Arafat visitó el país ya en 1979.
En enero de 1980 Bani Sadr, un liberal, fue elegido como presidente pero en las elecciones posteriores ganó el Partido de la Revolución Islámica y de hecho se produjo una absoluta dualidad de poderes que tuvo como consecuencia que la más radical confusión se instalara en la política iraní. Hay que tener en cuenta que las propias características del chiismo contribuían de forma poderosa a provocar un insureccionalismo de cualquier sector que se inspirara en un profeta religioso. Además, la invasión por parte de Irak en septiembre de 1980 tuvo como consecuencia que el sector más integrista de la revolución acrecentara poderosamente su influencia. Al final, en junio de 1981, Bani Sadr fue destituido, como lo había sido Bazargan, pero la inestabilidad persistió: su sucesor fue objeto de un atentado mortal mientras que también hubo otros que causaron un elevado número de víctimas. Sólo a finales de 1982 Jomeini criticó los excesos cometidos por algunos de los guardianes de la revolución como si quisiera conducir a la revolución hacia un cierto orden. En mayo de 1983 hubo dos mil detenciones de miembros del Partido prosoviético Tudeh y una ruptura de relaciones con los países de este área ideológica de modo que la ortodoxia revolucionaria se centró tan sólo en los integristas.
Conviene resumir brevemente cómo se tradujo su victoria. Los "hombres religiosos", unas 150.000-200.000 personas, siempre han tenido en Irán un papel que supera el estrictamente religioso pero en los últimos tiempos su papel creció de forma muy considerable: encuadraron la población, dirigieron bancos, ejercieron como poder judicial y llevaron a cabo buena parte de la asistencia social. Desde la revolución el papel de los sindicatos desapareció. La clase obrera era de formación reciente: en 1976 aún el 34% de la población activa estaba dedicada a la agricultura. El medio campesino y rural no participó en la revolución ni dio tampoco la sensación de que se había alejado del régimen monárquico. La mujer, en cambio, participó en la revolución de un modo y en una proporción desmesurada hasta el punto de que un 20% de los prisioneros en las cárceles del sha eran mujeres. En marzo de 1979 se declaró obligatorio el velo. Según Jomeini, la mujer debía ocultar al hombre, e incluso a los jóvenes impúberes, su cabellera y su cuerpo. De hecho, el Corán parte de la superioridad biológica del hombre sobre la mujer. Jomeini afirmaba que uno de los motivos de felicidad del hombre es que sus hijas tengan las primeras reglas ya en casa de su marido.
En el terreno económico la revolución tuvo una primera etapa muy socializadora: nacionalización de los bancos, seguros, sectores industriales, etc., en gran parte motivada por el deseo de controlar la situación económica, pero a partir de 1982 se produjo una cierta normalización. Al mismo tiempo, resultaba manifiesta la dependencia de la Hacienda pública del petróleo hasta el punto de que en los años ochenta producía el 80% de los ingresos. El resto de las exportaciones descendió a unos niveles prácticamente despreciables. La Revolución islámica acabó por poner en marcha una parte de las propuestas industriales de la época del sha, como la construcción de acerías y centrales nucleares, esto último mucho más discutible que lo primero.
Jomeini había criticado la actitud de las autoridades turcas prohibiendo el uso del velo en la Universidad, lo que indica una voluntad de convertirse en una especie de inspirador de la pureza islamista en el conjunto del mundo. Sin embargo, la persecución al escritor Salman Rushdie no se originó en Irán sino, por el contrario en Bradford, una población británica en la que la población pakistaní era muy numerosa. Sólo el hecho de que la protesta se hubiera iniciado provocó la condena a muerte por parte de las autoridades iraníes. En junio de 1989 murió Jomeini dejando una herencia importante a la Humanidad de la que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no se ha librado.